RECORDATORIO DEL 15 DE NOVIEMBRE DE 1922

 Las cruces sobre el agua como se conoce al hecho histórico del 15 de Noviembre de 1922 gracias al libro homónimo de Joaquín Gallegos Lara -escritor miembro del Grupo de Guayaquil, "Los cinco como un puño", militante del Partido Comunista del Ecuador, conocido como el Partido Comunista de Pedro Saad, y persona con discapacidad que era cargado por su ayudante Juan Alberto Falcón Sandoval-, fue en realidad la masacre del 15 de Noviembre,  así lo confirman las fechas que cita el autor Gallegos Lara, que van entre 1920 y 1922; para entonces Gallegos Lara debía tener 10 o 12 años y, por lo tanto, debió haber sido testigo de alguna manera de ese episodio trágico de nuestra historia. La primera edición de su novela aparece en Guayaquil recién en l946, publicada por la Editorial Senefelder C.A. Limitada, con portada del pintor y escultor guayaquileño Alfredo Palacio y 7 grabados de Eduardo Borja Illescas.


La matanza del 15 de noviembre de 1922, se considera el primer baño de sangre del proletariado ecuatoriano, fue durante el gobierno liberal de José Luis Tamayo. Y fue el Ejército Nacional, con sus batallones Constitución, Zapadores del Chimborazo, Montúfar, Marañón, Artillería Sucre No. 2 y Cazadores de los Ríos, quienes dispararían sus fusiles brutales. Los responsables de la masacre nunca fueron sancionados, quedando los hechos en la impunidad. El Estado ecuatoriano nunca ha reconocido este crimen de estado, ni pidió disculpas a las víctimas y sus familiares, el movimiento obrero ecuatoriano consideró el 15 de noviembre como fecha conmemorativa. 

La huelga general de noviembre de 1922 en la ciudad de Guayaquil, Ecuador, fue una huelga general convocada dentro de las manifestaciones iniciadas los primeros días de noviembre. La huelga tuvo un relativamente rápido seguimiento de otras organizaciones de trabajadores de la ciudad pese a su aparente improvisación. La huelga toma la ciudad el 13 de noviembre y acabó en una masacre el 15 de noviembre del mismo año. En el año 1922 Ecuador atravesaba una crisis económica producto del brusco descenso del precio internacional del cacao, que en la época era el principal rubro de exportación del país y se producía en la Costa. El encarecimiento del costo de la vida por la falta de divisas (falta de dinero circulante por caída de las exportaciones), y la posterior devaluación de la moneda frente al dólar (impresión de dinero por parte del Estado para aumentar el circulante) que produjo inflación, trajo descontento entre la población que veía reducir el poder adquisitivo de sus ingresos y salarios. El presidente era José Luis Tamayo, electo para el periodo 1920-1924.


El mismo año se había fundado en Guayaquil la Federación Regional de Trabajadores del Ecuador (FRTE), una pequeña organización sincrética e ideológicamente en algún punto entre el sindicalismo revolucionario, el anarcosindicalismo y el bolchevismo.​ Su nicho principal eran los trabajadores cacaoteros. La FRTE se desmarcaba del entonces mayoritario movimiento obrero organizado en la Confederación Obrera del Guayas (COG) en torno al gobernante Partido Liberal heredero de la revolución alfarista, tampoco estaba asociado a la Federación Regional de Obreros del Ecuador que agrupaba a los sindicatos socialistas-marxistas. 

El conflicto comenzó a raíz de un reclamo por atrasos en los sueldos a los trabajadores ferroviarios en la base de Durán, cuyo número era el más importante del país ya que en esa empresa trabajaban alrededor de 1250 trabajadores. Para ese tiempo el movimiento comercial en ese cantón era alto, ya que estaba operando en Durán el aeropuerto (de avionetas) "El Cóndor", los trenes con sus casi cinco frecuencias, la navegación incesante entre vapores, lanchas, balandras, canoas, ferris, y barcos de gran calado que atracaban directamente con abundante carga venidas desde el extranjero para ser transportada por vía férrea hasta la capital Quito.

A criterio de los trabajadores durandeños del ferrocarril, los propietarios de la empresa administradora del ferrocarril sí estaba recibiendo ganancias y no había motivo para que sus sueldos sean pagados con meses de retraso. Esto motivó reuniones clasistas las que siempre terminaban con la amenaza de paralizar sus labores y por ende los viajes en los trenes; fue así que se inició el reclamo y la huelga de los trabajadores ferroviarios de la Guayaquil and Quito Railway Company.

Otros dirigentes de Guayaquil, entre artesanos, vendedores, trabajadores de los carros urbanos de la ciudad paralizan sus actividades el 7 de noviembre, posteriormente los de la empresa eléctrica también se suman a los reclamos y reivindicaciones como el cumplimiento de las 8 horas de trabajo, mejora salarial, aviso en caso de despido con 30 días de anticipación, etc.

El movimiento huelguístico se fue extendiendo. Contó con el respaldo de un pequeño sector empresarial antigubernamental y grupos influyentes interesados en derrocar al presidente Tamayo, así también fue ganándose una importante simpatía de la población que más que como una reivindicación obrera (la mayoría de trabajadores en Guayaquil no eran obreros/empleados sino artesanos/autónomos) vieron al movimiento como una protesta contra el gobierno de turno (el partido gobernante era el mismo desde 1895). La jornada de huelga no fue especialmente violenta, no se reportaron enfrentamientos o desmanes significativos. Sin embargo los sindicalistas dejaron sin agua, sin alumbrado y sin transporte público a la ciudad.

La huelga se vuelve total el 13 de noviembre, la ciudad se paraliza y los mercados quedan desabastecidos. La FTRE se hace con el control del casco urbano de la ciudad, asumiendo las funciones de seguridad policial, aunque no forzaron la retirada de la fuerza pública.

A las dos de la tarde del martes 14 de noviembre de 1922, más de treinta mil huelguistas desfilaron hacia la Gobernación del Guayas, y le entregaron a Jorge Pareja, el gobernador, un manifiesto con sus peticiones. Los huelguistas de la FRTE determinaron un plazo de 24 horas para la respuesta del presidente José Luis Tamayo. El presidente ordenó el reingreso en la ciudad de la policía, indicando al General Barriga, Comandante de la Zona de Guayaquil, mediante un telegrama: "Espero que mañana a las seis de la tarde me informará que ha vuelto la tranquilidad a Guayaquil, cueste lo que cueste, para lo cual queda usted autorizado".

El día 15 se realizaron dos masivos mítines de huelguistas, en diferentes puntos de la ciudad, se exigía, además, la libertad de sus compañeros detenidos en Durán. El reingreso de la fuerza pública al centro de la ciudad al mando del Gral. Enrique Barriga, Jefe de Zona de Guayaquil, tenía como consigna detener el levantamiento a cualquier precio. Elías Muñoz en el libro El 15 de noviembre de 1922. Su importancia histórica y sus proyecciones, publicado en 1978, estimó que 30.000 personas asistieron a la manifestación convocada por la Gran Asamblea de Trabajadores de Empleados de la Empresa de Luz y Fuerza Eléctrica; cantidad que desde entonces suele usarse para hablar de estos acontecimientos.

De pronto, luego de escuchar las arengas de los sindicalistas, grupos de manifestantes entre los que se habían mezclado delincuentes y militantes inspirados por las noticias de la Revolución rusa intentaron desarmar a las fuerzas policiales, apostadas por precaución en diversos lugares de la ciudad.

Vinieron luego las incitaciones para asaltar los almacenes y en la Avenida 9 de Octubre se inició, según unas versiones, un desenfrenado saqueo que obligó a la policía a realizar disparos al aire, primero, y luego al cuerpo de los asaltantes. Según otra versión los disparos se ordenaron porque la marcha sindical no cedía.

El poeta e historiador Alejo Capelo, testigo de los hechos y simpatizante de la huelga,​ aseveró que personas de clase social alta se unieron a los militares y dispararon contra los huelguistas desde sus casas. Luego de perpetrada la masacre, según relató Capelo, las mismas personas de clase alta aplaudieron a los militares mientras recorrían las calles aún ensangrentadas.​

Policías y militares del ejército ecuatoriano tomaron el control de la situación y fueron asesinadas un número indeterminado de personas (los cálculos varían de entre unas 90 a 900 según distintas estimaciones). Según un relato, de cuestionada veracidad pero ampliamente difundido, los cuerpos habrían sido arrojados al río Guayas, para que sirvieran de escarmiento a los alzados. Otro relato afirma que los cuerpos fueron enterrados en una fosa común del Cementerio General de Guayaquil, la fosa no ha podido ser encontrada.

Los pobladores de las calles de Guayaquil donde se produjeron los saqueos y que demandaban mano dura para controlar los desmanes callaron al ver la magnitud de la represión, lo que obligó al general Enrique Barriga, responsable del operativo policial, a declarar “Yo soy el único responsable de esos sucesos”.

Nos dice Alfonso Murriagui en su texto publicado en Revista Ultimatum, noviembre de 2015, escrito 16 de noviembre de 2009, y republicado en noviembre 2020 tanto en digital como en impreso por el Periódico Opción:

Joaquín Gallegos Lara, escritor militante comunista guayaquileño, escribió la novela titulada “Las cruces sobre el agua”, que constituye uno de los testimonios más dramáticos de la primera Huelga General realizada el l5 de Noviembre, que fue la primera gran expresión de la organización, unidad y la lucha general de los trabajadores ecuatorianos contra la explotación capitalista, contra la miseria y las peores condiciones de vida a los eran sometidos. Pese a lo pacífico de la huelga, esta fue reprimida sangrientamente con un resultado trágico de 1 500 trabajadores, hombres y mujeres asesinados en la calles de Guayaquil.
Joaquin Gallegos Lara
1911- 1947

Gallegos Lara realiza uno de los testimonios más dramáticos y fehacientes del estado de explotación y miseria en que vivían los trabajadores ecuatorianos en la década de los años 20 del siglo anterior, en el suburbio guayaquileño, en donde se hacinaban los montubios y campesinos costeños, sobre cuyas espaldas, los banqueros y los comerciantes del puerto, construyeron sus incalculables fortunas.
La tragedia que le tocó vivir en carne propia, contribuyó para que Gallegos Lara afine su sensibilidad y desarrolle un especial sentido de observación y de solidaridad con la tragedia humana, ya que nació inválido, con muñones insignificantes en vez de piernas, y para movilizarse tenía que desplazarse cargado por otro hombre, sobre sus espaldas, hecho que no impidió que participara en las luchas populares y en la organización de sindicatos y células del partido comunista, del cual fue miembro fundador.

             



Gallegos Lara fue el inspirador del “Grupo de Guayaquil”; con el libro “Los que se van”, junto a Demetrio Aguilera Malta y Enrique Gil Gilbert, son los iniciadores de la transformación de la literatura nacional de los años 30, pues no solo que incluyen “la mala palabra” y el lenguaje popular en la narrativa nacional, sino que son los pioneros del realismo social en nuestra literatura. Gallegos Lara, el “Joaco” con un claro conocimiento del marxismo y sus grandes cualidades de narrador, manejaba con perfección la estructura de sus narraciones y se convirtió en uno de los más grandes exponentes del realismo social en el Ecuador y en el gran promotor del Grupo de Guayaquil, (‘los cinco como un puño’: Gallegos, José de la Cuadra, Demetrio Aguilera, Enrique Gil Gilbert y Alfredo Pareja).
En “Las cruces sobre el agua”, Gallegos Lara demuestra un profundo conocimiento de las costumbres, los problemas, las frustraciones y los anhelos de los habitantes del suburbio guayaquileño, conocimiento que se desenvuelve en la novela, sin utilizar los trucos del maniqueísmo ni del lenguaje panfletario; veamos un ejemplo:
“Alguna vez Antonio le había dicho que solo encontraría su propia alma y su propia música en su pueblo. Vaga la idea se la quedó. Era ahora, en el balcón de la ‘Tomás Briones’, que de verdad la comprendía. Únicamente el pueblo es fecundo. Su gente se alzaba y él ascendía en su marea. Hallaba en sí mismo las raíces que, como con su madre, lo unían con su tierra”.
Gran narrador realista, casi fotográfico, pero al mismo tiempo, poético y trágicamente tierno, así describe el tugurio del suburbio:
“Llovía ya, y el viento se lanzó a patear la puerta. El techo era de zinc y crepitó como apedreado. Rosa, contrayendo el vientre, separó el catre, empujándole con ambas manos. ¿A qué horas se acababa la kerosina del candil? Era inútil mover el catre. El techo era un cedazo. Había goteras para la mesa, para el baúl, para mojar al enfermo, para los huesos de los dos. Cirilo tosía y temblaba. El estrépito del zinc se hacía infernal. Tocar el piso era flotar. Las cañas filtraban filos de vidrios rotos en el aire…”
O este retrato tiernamente humano y maternal de Alfredo Baldeón, niño del suburbio:
“Y Trinidad puso la mano en la cabeza erguida de su pequeño zambo, de mirada viva y pies descalzos, reidor, con la camisa fuera del pantalón de sempiterno largo al tobillo, y en la muñeca un jebe. A Alfredo el patio le olía a tierra húmeda y la mano de su madre a jabón prieto”.
La magnitud del levantamiento popular del l5 de noviembre de l922, se puede apreciar en toda su magnitud, leyendo este pequeño párrafo:
“Era demasiada gente. Nunca se había lanzado tanta de golpe a las calles. Gallinazo suponía que era todo Guayaquil, menos los ricos. Iban tan apretados que no se diferenciaban los zarrapastrosos pantalones, las camisas mojadas de sudor, las oscuras bocas con los dientes bañados de sol y risa. Las mujeres, recogiéndose las faldas, empujaban con los puños, buscando sitio en las primeras filas; los pilluelos, ágiles como ratones de pulpería, brillosa la piel morena, se cruzaban entre las piernas, blandiendo palos, azuzando. De repente, adelante, sostenida por muchas manos, sobre las cabezas que se levantaban a mirarla, se irguió un asta de caña y flotó una bandera, una bandera roja”.
Sin duda, Joaquín Gallegos Lara fue el más claro y el más profundo de los tres escritores que formaron parte del libro “Los que se van”, con Enrique Gil Gilbert y Demetrio Aguilera Malta; en los ocho cuentos con que él aporta al volumen, se puede admirar la solidez de sus conocimientos sobre la realidad del pueblo ecuatoriano, tanto de la sierra como de la costa y no solo en la ciudad sino en el campo, como lo demuestran sus cuentos “El guaraguao” y “La última erranza”. “Las cruces sobre el agua” es todo lo que se ha afirmado en los párrafos anteriores; pero, sobre todo, es una valiente y patética denuncia sobre la brutal represión ejercida contra el pueblo de Guayaquil: obreros, artesanos, empleados, que fueron asesinados cobardemente por la soldadesca envilecida “que cumplía órdenes superiores”. Las víctimas de la masacre, varios centenares, fueron lanzadas al Río Guayas, para ocultar las evidencias. Desde entonces, las gentes humildes del pueblo guayaquileño, cuando llega el l5 de Noviembre, lanzan sobre la Ría unas cruces negras iluminadas con velas, demostrando que aún está viva su solidaridad y su protesta. 

En la web del Ministerio de Cultura y Patrimonio del Ecuador el breve texto A las víctimas de la masacre de 1922 nos recuerda: 
Después de este acontecimiento Joaquín Gallegos Lara (que tenía 13 años de edad en los días en que se produjo la matanza) traslada a las páginas de la novela a personajes históricos de la vida política del país. Por ello se considera que la pluma de Joaquín Gallegos Lara escribió un documento testimonial. Las cruces sobre el agua fue dedicada por su autor «A la sociedad de panaderos de Guayaquil, cuyos hombres vertieron su sangre por un nuevo Ecuador».


La obra literaria Las cruces sobre el agua, una novela del género literario del realismo socialista, ha sido considerada como una versión de los hechos acontecidos en la huelga general.

Sin embargo, el historiador ecuatoriano Efrén Avilés Pino manifestó:

Varios años después, los escritores de izquierda y de manera especial Joaquín Gallegos Lara con su novela “Las Cruces Sobre el Agua”, satanizaron los hechos llevándolos a extremos de fantasía increíbles. Gallegos dice que los soldados las abrían el vientre a los muertos, con sus bayonetas, y luego los tiraban al río para que no refloten.
Por su parte, Oscar Efrén Reyes, en su Historia del Ecuador, dice: “Las masas fueron rodeadas y los soldados realizaron una espantosa carnicería en las calles, en las plazas y dentro de las casas y almacenes. La matanza no terminó sino a avanzadas horas de la tarde. Cuantos grupos pudieron se salvaron solamente gracias a una fuga veloz. Luego, en la noche, numerosos camiones y carretas se dedicaron a recoger los cadáveres y echarlos a la ría”.
Fantasías las de Gallegos Lara, las de Reyes, y las de todos aquellos que con sus escritos desorientaron inclusive a la historia.

Final de la Marcha del 15 de noviembre de 2019 en homenaje a los hechos de la huelga general.

Finalmente en su texto Las cruces sobre el agua publicado en diario El Comercio el 9 de septiembre de 2021 la columnista de opinión ALEXANDRA KENNEDY-TROYA señala:

Vamos a narrar, a narrar la realidad, “pero toda la realidad”, exigió un grupo de escritores que luego llamaríamos la Generación de los 30. Este grupo de literatos, inicialmente de Guayaquil, dejaba atrás el costumbrismo alambicado y se dedicaba a denunciar las enormes injusticias que atravesaba la sociedad ecuatoriana. Un ‘boom’ literario plagado de cuentos y novelas, géneros antes ausentes. En ‘Los que se van’, Joaquín Gallegos Lara, denuncia violentamente la ‘vergonzosa’ vida de cholos y montuvios, su pobreza en relación con el entorno familiar y el campo costeño. Varios harían lo propio. En “Las cruces sobre el agua”, el mismo autor llena su novela de personajes claves, imágenes, olores y sudores tropicales, y nos lleva de la mano a la famosa huelga obrera de 1922 que el 15 de noviembre terminó en una masacre en el Puerto Principal. Los cuerpos inertes fueron lanzados a la ría, sus simbólicas cruces las llevó la corriente. Sus deudos les lloraron anónimamente, igual que cientos de familiares, amigos, compañeros socialistas.
Políticamente comprometidos, experimentadores sin tregua, estos novelistas cubrieron el amplio espectro social: ‘Don Goyo’ (D. Aguilera Malta), ‘Los Sangurimas’ (J. de la Cuadra), ‘Los negros’ (P. Palacio), y tantos otros. Muchos se dedicaron a hurgar la realidad de los sectores populares urbanos. Un gran artífice -Benjamín Carrión- apoyaría este movimiento sin concesiones. Hasta entonces la Iglesia había servido de árbitro único de las conciencias. Mas, la Revolución Rusa de 1917 impactaría en esta y otras comunidades americanas. La crisis del cacao de fines de los años 20 se sumó, y evidenció la carencia de amplios sectores marginales. La misma literatura cambió de clase, se dio paso a la presencia de escritores proletarios y de clase media, remarca la crítica literaria María Augusta Vintimilla.
El próximo año ‘celebramos’ 100 años de la masacre. La represión de octubre del 2019 tiene algo en común con la de 1922; los niños pobres de entonces aún trabajan hoy; los muertos anónimos de la pandemia se reconocen en los de ayer; Flor de Bastión y otros barrios reclaman el buen trato que las autoridades dan al Malecón 2000 y a El Salado. El sicariato, las muertes violentas, la venta indiscriminada de droga se produce en lugares que ocultamos convenientemente. De repente, algo similar sucede en la Tribuna de la Shyris, en Quito. Salimos de la comodidad por un momento. Horas más tarde, los afortunados y felices burgueses nos sentimos parte del jet set: la limpieza temporal de calles del Centro Histórico de Quito, que se ha puesto de gala para celebrar un matrimonio entre celebridades. Esta es nuestra psicótica realidad. ¿Cuánto tiempo más viviremos dando la espalda a ‘los guandos’ de entonces y hoy? ¿Cuánto, negando inmisericordemente aquellas otras realidades?


 


 





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